¿Qué hará entonces? Con algo de ingenuidad podría pensarse que la cerril oposición a Castillo aceptará la realidad que se impuso con la votación del 6 de junio y pasará a desempeñar el papel que en una democracia corresponde a los perdedores: contradecir la acción gubernamental en las vías políticas legales y plantear alternativas. De hecho, la mala gestión del gobierno de Castillo en estos casi cinco meses, abona el terreno para ejercer la oposición, con miras a las siguientes elecciones. Pero nuestra derecha reaccionaria se mueve en otro registro.

Su propósito no es hacer una oposición democrática leal. Su objetivo es tumbar a un gobierno que –bueno, malo, regular o pésimo, no interesa– no es el de ellos. La meta a alcanzar no es un buen gobierno sino, simplemente, que ellos vuelvan a controlar el poder. Ya lo demostró el fujimorismo con PPK. Y la incorporación parlamentaria de Renovación Popular y Avanza País ha reforzado esa postura: traerse abajo al gobierno a como dé lugar, cualquiera sea el costo para el país. A ellos se suman quienes desde otros partidos concurren a la demolición. Acaba de demostrarlo en Madrid la presidenta del Congreso, la acciopopulista María del Carmen Alva –cuyo desempeño resultó aprobado, en esos mismos días, por solo tres de cada diez encuestados por IPSOS–, al ventilar ante una instancia oficial y políticos de otro país asuntos de la política interna del Perú.

Los efectos económicos de la inestabilidad y la incertidumbre respecto al futuro, a las que frecuentemente aluden de la boca para fuera los voceros de la derecha bruta y achorada cuando cargan contra el gobierno, en realidad no les importan. Lo único que les interesa es volver a controlar el timón, como sea. Y si la vacancia no es el camino, ¿qué les queda?

Opciones disponibles

Desprestigiar al gobierno de Castillo en Washington o en Madrid es una vía siempre abierta. Es lo que ha anunciado Hernando de Soto; exhibiendo su senilidad, se pasea por Estados Unidos y Europa denunciando que “el comunismo” se ha apoderado del Perú y, acaso, sugiriendo una intervención extranjera, como la que cayó sobre Irak o Afganistán. Pero a nadie convencerán con esta insensatez, como demuestra el tuit con el que la Embajada estadounidense reaccionó frente al delirio de de Soto.

Un camino que les queda a quienes no se resignan a tener un gobierno legítimamente elegido es una intervención militar. Ya la reclamó Alfredo Barnechea antes de que Castillo tomara posesión del cargo. Probablemente ahora tengan lugar algunos conciliábulos en los que se discute esta opción. ¿A qué generales conoces? ¿Quiénes tienen mando de tropa?, deben ser las preguntas en su agenda.

Y si bien, con justificadas razones, el gobierno es criticable por haber intentado manipular los ascensos militares para abrir paso irregularmente a oficiales “cercanos”, la derecha ya debe haber iniciado contacto con aquellos que considera “amigos”, de cara a una intervención de las fuerzas armadas. Esto es, la misma vieja receta oligárquica de ir a tocar las puertas de los cuarteles cuando el gobierno a cargo no satisfacía plenamente sus intereses y expectativas.

Con esto entraríamos en un terreno no solo ilegal sino sumamente incierto. Un golpe militar no tendría respaldo internacional, salvo el de los gobiernos y los partidos que se alinean con la reaccionaria derecha criolla: Bolsonaro en Brasil y Vox en España, para señalar los más obvios. Las instancias internacionales, en cambio, no vacilarían en condenar a los golpistas.

¿Y después de un golpe, qué? ¿Elecciones que, si fueran limpias y sobre todo después de un golpe, la derecha podría no ganar? ¿O una larga noche oscura como la que presidió Augusto Pinochet en Chile para “limpiar” al país de los actores de izquierda? Los fujimoris, los lópez y los de sotos se inclinarían por esta última opción. Si su preocupación es “el comunismo” –como ellos etiquetan todo intento de cambio social–, lo más indicado sería una cruenta purga de “caviares” y “comunistas” en diferentes esferas e instituciones. Una depuración que, tomando como modelo la “limpieza” que emprendió el franquismo en España luego de la guerra civil”, apresara, asesinara u obligara al exilio a los contrarios a un “orden” que beneficia a los menos y perjudica a los más.

Tenebrosas fantasías aparte, ¿hay militares peruanos que hoy estén dispuestos a encabezar una aventura sangrienta de ese tipo, para defender los intereses más conservadores del país? Es la pregunta que algunos deben estar haciéndose en este momento. Y como la legalidad no les preocupa, la cuestión de la viabilidad del golpe adquiere para ellos la mayor importancia.

Un golpe requiere no solo la conspiración de algunos civiles y la disposición de mandos militares ambiciosos. Además, es preciso contar con cierto nivel de respaldo ciudadano, como el que hubo en España en 1936 y en Chile en 1973. Los sondeos indican que no lo hay en el Perú de estos días, pero podría llegar a haberlo en un momento dado si el gobierno de Castillo continúa desenvolviéndose entre los nombramientos reprochables, la inacción en asuntos que requieren atención inmediata –que trata de disimular con el espejismo de una asamblea constituyente– y los crecientes indicios de corrupción que afloran en Palacio o en la casa de Breña. Un desempeño que ha hecho bajar a 36% la aprobación de Castillo en diciembre, según la encuesta de IPSOS ya citada, desde algo más del 50% obtenido en la elección llevada a cabo en junio.

La asfixia económica

El paso en falso dado por la premier Mirtha Vásquez en relación con las empresas mineras más el anuncio de un incremento de impuestos a este sector, ha abierto un frente en el que se ha producido el cierre de operaciones de una explotación minera en Ica y se han anunciado otros, empezando por Las Bambas. La derecha bruta y achorada puede subirse a esta ola y potenciarla.

En todo el mundo hay problemas en el abastecimiento de ciertos productos debido a dificultades en las cadenas de suministros, originadas en la pandemia. El brusco decrecimiento de la demanda luego del confinamiento dio lugar a la reducción e incluso la paralización de la producción y a la disminución del transporte internacional. Al empezar la reactivación económica, la demanda ha crecido de golpe generando escasez de un sinfín de productos, desde papel hasta chips para los vehículos. Es lo que explica la inflación en Estados Unidos.

Al llegar las escaseces al Perú puede disminuir el empleo, ya afectado por los efectos de la pandemia. No resultará difícil culpar de todo al gobierno actual. Los medios de comunicación, bajo instrucciones de los patrones, harán las campañas previsibles para orientar la opinión pública. En definitiva, el descabalgamiento de Castillo puede hacerse necesario para el sentido común de un vasto sector de población. En medio de los grandes desórdenes resultantes, quizá ni siquiera sería necesaria una intervención militar.

En este cuadro complejo acaso lo más llamativo sea que, en estos cinco meses, Castillo no ha cesado de abastecer de razones a quienes buscan destituirlo. De él depende –quizá más que de sus implacables enemigos en la derecha– que el país se dirija o no a un desenlace fatal de esta ya dilatada crisis que busca resolución.