– A diferencia del pasado analógico, dónde el poder real sólo se ocupaba de generar contenidos acordes a sus propios intereses y distribuirlos a través de los medios de comunicación masivos, los planes de estudio y, entre otras arquitecturas orgánicas, la industria cultural; el presente hegemónico digital olvida un poco esa lógica y se concentra en el desarrollo, creación y sostenibilidad de espacios capaces de aglutinar sentimientos, aspiraciones y frustraciones de una gran porción de la población mundial.
En ellos, sin ir tan lejos, no sólo quedan registradas los múltiples rastros de comportamientos, sino también, habitan ocultas las estrategias relacionadas con la fragmentación, la analítica y la preverberación del discurso dominante, desplegadas por las élites trasnacionales.
Asimismo, los visitantes se vuelven cautivos de las astucias del mercado y, al mismo tiempo, mano de obra esclava y feliz. ¡Increíble! En otras palabras, la información es el commodity del siglo XXI y la mayoría de nosotros y nosotras, sin saberlo, somos una parte fundamental de su cadena de valor. Exportamos e importamos datos constantemente y no recibimos nada a cambio. Nuestro rastro en internet viaja miles de kilómetros fuera de nuestro ámbito de acción y regresa en forma de publicidad o algoritmos, creados para conectarnos con aquello que deseamos y, en varios casos, aún desconocemos. En consecuencia, el poder real brega en la constitución de esos territorios, en volverlos deseados para la comunidad mundial y en aumentar su volumen de procesamiento e interpretación de datos. Por eso, según We Are Social, Facebook tiene casi 2500 millones de cuentas en todo el mundo. Youtube 2000 y Whatsapp, 1600, por enumerar algunas de las tantas redes sociales que nos atraviesan diariamente.
En apenas unos pocos años, sin lugar a dudas, hemos asistido a la mayor revolución comunicacional de la historia humana. Nada fue tan veloz nunca. Con una simple “Acepto las condiciones de uso” habilitamos un negocio gigantesco que nos involucra desde el principio hasta el final de la cadena. El bigbang virtual creó usos y costumbres nuevas, y nos incluyó a costo cero en su método de manufactura. Sin estar al tanto, consumimos la misma información que aportamos al engranaje. Negocio y situación perfecta para pocos, obviamente.
En relación a esto último, el sociólogo ZygmuntBauman asegura: «Cuando una cantidad cada vez más grande de información se distribuye a una velocidad cada vez más alta, la creación de secuencias narrativas, ordenadas y progresivas, se hace paulatinamente más dificultosa. La fragmentación amenaza con devenir hegemónica. Y esto tiene consecuencias en el modo en que nos relacionamos con el conocimiento, con el trabajo y con el estilo de vida en un sentido amplio«.
Para ganar la batalla cultural – la “madre” de todas las batallas – según Antonio Gramsci, es necesario hegemonizar todas las instituciones que integran la sociedad civil y, en pleno siglo XXI, las redes sociales son parte de ella. Por tal motivo, las élites invierten tanto en su desarrollo, expansión y, principalmente, es su furtivo modo de habitarlas. Su presencia allí es vedada para las mayorías populares. No así sus disímiles alcances, ni sus conclusiones especulativas. Menos aún sus prácticas confiscadoras y su incidencia sistematizada.
Tavo Cibreiro Comunicador popular, integrante de Mueve Argentina y miembro de Ucaya.
pressenza.com / motoreconomico.com.ar
La dignidad de la comunicación no hegemónica en tiempos de pandemia
» Nuestra idea tradicional de Estado Nación, sin dudas, está anclada en la teoría de los tres poderes independiente entre sí (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) de Charles Louis de Seconda, conocido histórica y filosóficamente como Montesquieu.
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