Miles de compatriotas siguen saliendo del país en busca de un mejor futuro, pero primero deben pasar una dura prueba de paciencia y suerte.
‘Por mejoría, mi casa dejaría’, reza un viejo y conocido refrán. Esto hace referencia a que, por alcanzar un mejor nivel de vida, se hacen ciertos sacrificios.
Para muchos peruanos, estos sacrificios significan mucho más que simplemente cambiar de casa o de trabajo. Para algunos, puede significar tener que dejar el país sin tener en claro cuándo van a poder regresar para ver a familiares y amigos que han dejado atrás. Todo en pos de la tan ansiada estabilidad económica y oportunidad que en el Perú no encuentran.
Ocurre que en el Perú, la crisis política y económica ha hecho que más de un compatriota busque huir, de manera casi desesperada, de esta realidad que parece no tener fin con tantas idas y vueltas. Mucho arriesgan incluso la vida con tal de alcanzar sus sueños. Más específicamente, el sueño americano.
Los peligros
Para el siguiente relato, Infobae Perú logró ponerse en contacto con tres compatriotas que tras una y mil vicisitudes, llegaron hasta los Estados Unidos sin tener una visa que los autorice a hacerlo de manera legal.
Todos ellos han tenido diferentes razones por las que han salido del país. Aunque cada historia es diferente, lo que tienen en común es que han pasado casi por el mismo camino lleno de peligros y sobresaltos.
De acuerdo con los inmigrantes, la mejor ruta para llegar al gigante norteamericano es pasando por México. Es justamente en este país que comienza la dura travesía.
“Mi familia y yo primero fuimos hasta Cancún para pasar unos días en la playa. Pero ni bien pisamos aeropuerto, las autoridades nos detuvieron y nos hicieron miles de preguntas. Cinco horas después nos dejaron ir “, recuerda el peruano que identificaremos como José.
Los testimonios que recogimos señalan que llegar a esta turística ciudad es lo primero que se debe hacer. También cuentan que a ellos les dijeron que esta era la ruta más segura. Ya veremos si fue así.
Tras pasar unos días en la playa, llega el momento de dar el segundo paso que es tomar un avión hasta la ciudad de Monterrey.
“En este aeropuerto a nosotros también nos detuvieron”, dice el compatriota qué quiere ser identificado como Pepe. “A todos los extranjeros nos pusieron a un lado y nos encerraron en un cuarto. Sin dar ningún tipo de explicaciones. Tan solo por el hecho de no ser mexicanos nos apartaron del resto. Así nos tuvieron por media hora”, agrega.
Camino a la frontera
Una vez pasado este primer trago amargo de las detenciones solo por ser extranjero, tocaba el turno por fin del enrumbar hacia la frontera el país del ‘Tío Sam’.
Pero el camino traería más sorpresas. Una de esas nos la cuenta Juan, el tercer peruano que nos relató su experiencia.
“Durante el trayecto, la policía mexicana detuvo un par de veces el bus en el que viajábamos. Esa fue la primera vez en la que sentí tanto miedo. Pues los efectivos, sabiendo cuáles eran nuestras intenciones, se dedicaron a pedirnos dinero, en algunos casos hasta robarnos. En la primera parada a mí me quitaron $90. En la segunda, solamente 20 dólares”, nos dice Juan, a quien el recuerdo todavía parece dolerle.
Pero no solamente era el hecho de pedirles dinero. Cuentan que algunos de estos malos policías los amenazaron con detenerlos y regresarlos a su país de origen, haciendo que el tiempo y dinero invertidos no haya valido absolutamente nada.
Cuando creían que ya nada podía ser peor que el estrés que estaban viviendo, el bus es detenido una vez más. Esta vez por miembros del ejército mexicano. Si la policía casi los desvalija, ¿qué podían esperar de los militares?
Pero se llevaron una sorpresa, pues si bien al principio esperaban un trato más duro, cierto es que, según sus propias palabras, recibieron un trato un poco más humano.
“Bajaron a todos del bus y a los extranjeros los pusieron a un lado. Nos dijeron que sabían lo que estábamos haciendo y hacia dónde íbamos, pero que a ellos no les importaba eso. Ellos solo querían que les dejemos una propina para su gaseosa”, apuntó José.
A caminar se ha dicho
Entonces el bus los dejó en una localidad llamada Nava. Desde ahí hasta la frontera gringa solo eran algunos kilómetros, pero había que ir caminando. Es justamente en este punto donde entran los famosos ‘coyotes’, aquellas personas que te ‘ayudan’ a llegar a la frontera. Pero ellos también representan un peligro, pues muchos cobran demasiado dinero y no te dejan donde prometieron. Algunos hasta matan por dinero. Sabiendo de estos antecedentes, es que algunos deciden aventurarse por su cuenta.
“Hay gente que pasa con su carro, pero no te pueden jalar porque hay una orden del gobierno mexicano que si ayudan a los inmigrantes ilegales les ponen una fuerte multa y les quitan el carro”, expresó Pepe.
Juan recuerda que todavía hay gente buena en este mundo. Como todos aquellos mexicanos que se acercaban a darles agua y comida. Sobre todo, a los niños que estaban en el grupo.
Ayuda divina
O simplemente suerte. Llámelo como usted quiera, pero algo de eso hubo cuando luego de una larga caminata camino a la localidad llamada Piedras Negras, el grupo de peruanos decidió pasar la noche en un grifo de la carretera. El cansancio y el hambre estaban haciendo mella en los aventureros, pero ya estaban demasiado cerca para darse por vencidos.
Al promediar las dos de la mañana, un sujeto y su automóvil se les acerca. Luego de una breve conversación, previo pago de $30, acordaron que los acercaría lo más que pudiese a la frontera estadounidense.
Ya en el destino pactado, los peruanos se bajaron y esperaron el momento preciso para intentar cruzar el río hacía el otro país. Ese momento era cuando la corriente fluvial estuviera baja, y como quien busca el paraíso, lo hicieron corriendo.
Cuando llegaron a la otra orilla ya los esperaba un oficial fronterizo estadounidense, quién prácticamente les dio la bienvenida.
Ya están adentro
Como quien ha vivido la misma situación una y otra vez por mucho tiempo, este policía con suma amabilidad los detuvo y les dijo que se cambien de ropa, pues se habían mojado al momento de cruzar el río.
Luego, llega otro momento de prueba para el temple humano. Pues tras ser llevados al centro de detención todos son separados por sexo. Esposos y esposas, padres e hijos, no saben cuándo volverán a verse.
“Nos llevaron a un lugar llamado ‘La hielera’ por el intenso frío que ahí hace. Tomaron nuestros datos, huellas digitales y me llevaron a otro lugar lejos de mi mujer y de mi hija. A ese punto ya no sabía qué es lo que podría pasar”, expresa Pepe, volviendo a vivir esos días de angustia.
Pero la preocupación de volver a ver a su familia terminó tan solo tres días después, cuando todos fueron liberados.
“A pesar de todo nosotros tuvimos suerte por ser familia, por ejemplo, mi cuñado sigue encerrado hace más de un mes y no sabemos cuándo lo van a dejar salir “, reconoce Juan.
Te tienen chequeado
En lo que los tres coinciden, es en que para que las autoridades norteamericanas te liberen, es necesario dar el número telefónico, código postal y nombre completo de la persona que va a ir a recibirte.
De igual manera, para tener un control sobre ti, a cada uno de ellos le dieron un teléfono celular para que monitoreen cada uno de tus movimientos. Por ejemplo, José tiene que enviar una foto suya y de su familia y su ubicación. Lo mismo para el resto.
A partir de ahí, estando dentro de los Estados Unidos no del todo legal, pero con conocimiento de las autoridades, uno puede respirar un poco más tranquilo, pues podría conseguir ya un trabajo y comenzar el ahorro respectivo.
El siguiente paso es acudir a la parole, audiencia, en la que se determinará cuál será la situación legal de los inmigrantes. Esta situación todavía no llega para los protagonistas de esta historia. Pero ellos confían en que si se portan bien y no causan problemas a las autoridades no habrá inconvenientes para que les aprueben su estadía. Por su bien, que así sea.
Por Manoel Obando / infobae.com
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