» La sensación de que nos acercamos, como con el calentamiento global, a cruzar una línea de no retorno con las opciones políticas extremas, hace urgente la pregunta sobre el lugar que le corresponde al centro
No enfrentamos un solo cambio climático, sino dos. El otro es el calentamiento político y social tan evidente en diferentes regiones del planeta. Y así como incendios e inundaciones cada vez más graves confirman año tras año la llegada del futuro medioambiental que debíamos evitar, los síntomas de este segundo calentamiento advierten de otras catástrofes que tampoco estamos haciendo lo suficiente por impedir.
Los más saltantes de estos síntomas son los furiosos brotes de protesta social y la aguda polarización que parece haber trastornado a la actividad política de tantos países. De un tiempo a esta parte, como si de otra pandemia se tratara, muchas de nuestras sociedades se han contagiado de desconfianza, hartazgo, ira, paranoia y hostilidad. Con la indudable incidencia de las redes sociales, se han agrietado peligrosamente los diques que toda sociedad democrática necesita para sobrevivir, como son una noción compartida de juego limpio y un consenso elemental sobre lo que ha de admitirse como información verdadera.
La sensación de que nos acercamos, como con el calentamiento global, a cruzar la línea de no retorno, hace urgente la pregunta sobre el centro político. Como en otras latitudes, en los países andinos ese antes habitual espacio de convergencia parece haber desaparecido. En este año, las presidenciales de Ecuador se definieron ajustadamente entre opciones de izquierda y derecha, llegando a un enfrentamiento mucho más agudo en el caso peruano. Y la segunda vuelta chilena, a celebrarse en pocos días, enfrentará también a los extremos del espectro, rompiendo con décadas de pulsos entre fuerzas moderadas. Y así parecía que iba a suceder también el próximo año en Colombia—como hace cuatro años—, hasta que hace unos días la Coalición Centro Esperanza anunció que en marzo elegirá a una sola candidatura que represente al centro político.
En un contexto como el que domina la región, la aparición de una sólida opción de centro es una buena noticia. Podría incluso significar un triunfo electoral. Pero es crucial advertir que, por sí misma, no será suficiente para mitigar los efectos de este otro cambio climático. Después de todo, el centro político tiene una cuota de responsabilidad en la generación de tan extendido malestar. De hecho, las protestas en Chile no fueron solo contra los gobiernos de Sebastián Piñera, sino también contra los de la Concertación. Y en el caso peruano, si bien es cierto que la inesperada victoria de la extrema izquierda fue una dura derrota para las élites económicas a la derecha del centro, lo fue también, y aun con mayor contundencia, para las élites progresistas a la izquierda de este.
¿Dónde buscar un nuevo punto de encuentro que proteja a nuestras sociedades de la fragmentación e inestabilidad que cualquiera de los extremos podría intensificar? No hay una respuesta única ni fácil. Pero está claro que no alcanza con un mero ejercicio de relativa equidistancia entre derecha e izquierda. Porque el actual calentamiento político y social responde menos a las tensiones entre los polos del eje horizontal que a las que han venido agudizándose entre las élites y las grandes mayorías distanciadas a lo largo del eje vertical.
El nuevo centro político no está, pues, en el medio, sino, como ha sugerido el politólogo chileno Juan Pablo Luna, hacia abajo, más cerca de la amplia base de nuestras piramidales sociedades. Es obvio que los escándalos de corrupción y la pandemia han contribuido de forma decisiva con este clima de rabia e impaciencia. Pero también es claro que el malestar de las mayorías responde además a lo que se percibe como la imposición por parte de las élites de visiones indiscutibles sobre la organización de la sociedad, tanto a través de un modelo económico de libre mercado con mínima presencia estatal, como por medio de un modelo social y moral inspirado en valores progresistas.
La aparente impermeabilidad de estas visiones ha alimentado el descontento de sectores mayoritarios que se han sentido largamente ignorados y excluidos, ha incrementado su desencanto con la democracia y ha facilitado la aparición de caudillos populistas que, desde la derecha, la izquierda o desde fuera del establecimiento político, agitan hoy con peligroso oportunismo banderas de corte autoritario.
Vivimos, entonces, tiempos en los que la verdad, la paz, la libertad y la democracia se encuentran tan amenazadas como el propio planeta. Es difícil encontrar desafíos más grandes y urgentes. Este otro calentamiento amenaza, como el primero, con climas extremos que es imprescindible evitar. La respuesta democrática requiere de un centro político, pero de uno que, respetando las libertades y la búsqueda de la prosperidad general, resulte enfáticamente incluyente y sepa reconciliar a la democracia con las demandas de las mayorías.
Salvador del Solar / El País
Cineasta, actor y abogado.
Fue presidente del Consejo de Ministros del Perú y ministro de Cultura.
Foto de portada: Ivan Alvarado / El País
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