» Una conversación con Felipe Ortiz de Zevallos, fundador del Grupo Apoyo, sobre la polarización que nos separa y las posibilidades que nos unen apenas comenzando el nuevo año.
Ingeniero humanista, curioso disperso, empresario con sentido de la historia, la lucidez de Felipe Ortiz de Zevallos es una constante en un país de permanente temporalidad. Impresionó a su tío abuelo, historiador tacneño, con la lectura precoz de su obra. El tío era Jorge Basadre y la obra Historia de la República del Perú. Con una perspicacia templada por la experiencia y el espíritu analítico, Ortiz de Zevallos se asoma en esta conversación a las nuevas incertidumbres ya anunciadas por el 2022. Como sugiere Leonard Cohen, siempre hay que buscar las grietas por donde se cuela la luz.
El bosque
—En pleno siglo XXI se experimenta una regresión mundial hacia el pensamiento tribal, algo muy notorio a nivel local. ¿Por qué está sucediendo esto?
El pensamiento tribal es expresión de la posmodernidad. La era moderna, cuando se aspiraba a un relato claro, racional, orgánico, probablemente concluyó en el siglo pasado. Hegel decía que, para el hombre moderno, la lectura del periódico constituía su oración matinal. Antes de eso, se oraba sólo en las iglesias. La era moderna surge con la investigación y el diálogo en busca de la verdad, la tertulia en el café, el pienso, luego existo.
Ahora, en la posmodernidad, no se reconoce una verdad única, se desconfía mucho de los relatos totalizadores. Hace una década, el 35% de la población mundial tenía celular; hoy es el 85%. Hay en curso también una explosión de expectativas, una rebelión contra las élites, una creciente incertidumbre. También una actitud más individualista y autónoma, un mayor desarraigo. Así, el pasado y el futuro parecieran haber perdido importancia frente a un presente más consumista. Se vive en un cambio y movimiento continuos, muchas veces sin clara dirección. El pienso, luego existo; se ha vuelto más un siento, luego existo. La cultura del espectáculo y de la apariencia se han impuesto.
En este nuevo contexto, han vuelto las tribus. Bueno, de repente nunca se fueron, como comunidades autónomas, homogéneas, que comparten deseos o miedos. Pero gracias al internet, ahora las tribus no requieren estar atadas a un territorio. Sus miembros se comunican e informan vía redes. Generan harta información, a veces sin cotejar adecuadamente los hechos, ni verificar las fuentes. Los contenidos no se editan. Los prejuicios se afirman y reafirman.
No sé cómo podría neutralizarse algunos malos efectos de este proceso. En las democracias más funcionales ya existe consciencia de sus riesgos. Pero las dictaduras van a querer usar las nuevas tecnologías para alcanzar un mayor control sobre sus poblaciones.
Respecto de la era moderna, ahora se siente un menor fundamento, un debilitamiento del ser, una pérdida del centro.
—Declararse de centro se está convirtiendo en una letanía, en un refugio nostálgico. ¿Existen alternativas a la polarización imperante o es la nueva camisa de fuerza que todos necesariamente debemos usar?
En una reciente columna, Omar Awapara citaba a Yeats: “todo se deshace; el centro no puede sostenerse; …los mejores carecen de convicción …los peores están llenos de febril intensidad”. El poeta se refería a la Europa de hace un siglo, con sus valores en jaque y una crisis de liderazgo. Hoy, en la post pandemia, la mayor parte de América Latina atraviesa una etapa incluso más compleja, un shock sin precedentes. Hay debilidad institucional, desgano, democracias cansadas, burocracias ineficientes, crisis de representatividad. Y el Perú posiblemente sea el país peor golpeado de todos.
“El centro no existe” afirma Gustavo Petro, quien podría ser presidente de Colombia este año. Pero se le podría responder, como están haciendo allá, que el centro es consustancial con la política. Un psicoanalista nos diría que una persona es descentrada cuando tiene un débil Yo, cuando no puede manejar bien sus deseos y pasiones, ni tampoco lidiar con su Super Yo, sus preocupaciones por los deberes y la moral. Se necesita un Yo saludable para mediar entre estas dos instancias, para distinguir entre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo deseable y lo que debe hacerse. Y con las sociedades pasa igual. La izquierda, sobre todo la más extrema, tiende a la transgresión impune, a la violencia destructiva, a lo incendiario. La derecha, por su parte, al inmovilismo, al estatus quo, al congelamiento. Entre ellas se requiere de un espacio público intermedio de reflexión y debate. Porque cuando una sociedad pierde su centro, la política deja de existir en ella. Regresamos a un estado pre político, al de la guerra casi. No conviene ser parte de una sociedad sin centro.
Mientras, ¿habría alternativas a la polarización? Decía Sancho Panza que la gente es como Dios la hizo, pero a veces peor. Habría que evitar, en tal sentido, los estímulos a estas actuaciones peores, en las que surjan y dominen nuestros demonios. Si fuera inevitable, tengamos una polarización menos destructiva: con reglas más claras, donde se rechace las noticias falsas, donde se estimule la empatía.
En el fútbol, hay polarización, pero en los partidos puede evitarse, por ejemplo, que las barras bravas se crucen por la calle, que se ingrese con armas y botellas al estadio, que los himnos se pifien, que los resultados se compren.
—¿Cuál es el impacto y función de las redes sociales en una sociedad con bajo umbral de tolerancia al disenso?
Al comienzo, las redes eran vistas como un medio para conectarse con familiares y amigos, hoy se usan para influir en todo: mercados, información, política. Mark Zuckerberg era visto al inicio como un joven genio buena gente, ahora se le ve más como un codicioso succionador de información.
¿Qué nos empuja a ingresar voluntariamente a este mundo en el cual abundan las noticias falsas y los trolls? Hay, obviamente, una inquietud por superar nuestro aislamiento y desconcierto. Así empezamos a compartir la cosmovisión de tribus cercanas. Luego los mensajes se activan y precipitan en cascada. Y se alimenta un razonamiento parcializado donde sólo se acepta la evidencia que es congruente con nuestros prejuicios y se descarta la evidencia disonante.
Ya en EE. UU. dos de cada tres personas usan las redes sociales como principal vía de información. Y desde la campaña presidencial de Barack Obama, se usan éstas crecientemente en los procesos electorales. Permiten una relación próxima entre el candidato y su electorado a través de mensajes fluidos y directos, sin intermediación. En las últimas elecciones de Chile, la campaña de un candidato se hizo desde el extranjero y sólo por redes. Alcanzó el tercer lugar.
Estos mensajes directos no estarían mal si no incluyeran noticias falsas y trolls, que suelen ser usados maliciosamente para alimentar la intolerancia, polarizar el debate, y ganar el voto. Se han planteado propuestas para disminuir los niveles de mentira, agresividad e intolerancia política en redes. Ojalá pueda avanzarse más.
—Estamos atravesando una permanente transición tecnológica, pero a la cual llegamos sin saber respetar una cola hasta reconocer los derechos ajenos. Es decir, sin saber respetar al prójimo. ¿Cómo se concilian esas brechas?
Ante el creciente individualismo y el mayor descuido por lo social, deberíamos tal vez difundir algo similar al Manual de Carreño usado por las abuelas. Dicha obra fue un best-seller hace más de 150 años en todas las ciudades de Sudamérica. Curiosamente lo han vuelto a editar y puede comprarse en Amazon. Incluye una lista de buenas maneras a seguir, ya no para conducir caballos por las calles, como en la versión original; sino para un uso apropiado de celulares y redes sociales, un buen comportamiento en el transporte público, las oficinas y los gimnasios. Se sugieren hasta reglas de urbanidad para pasear mascotas.
Carreño fue alumno de Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar. El principio de su Manual sigue siendo válido. Ninguna comunidad funciona adecuadamente sin reglas mínimas de consideración y cortesía. Cambian los tiempos, pero el respeto al prójimo debe mantenerse como una herramienta esencial para construir una sociedad civilizada.
—Usted se ha referido al Perú como una república pendiente. Mutatis mutandis, ¿no estamos en la misma situación que el 29 de julio de 1821?
La frase la tomé del título de un libro de dos politólogos. El título completo es La república pendiente: Argentina y el problema del desarrollo político. En dicho libro sus autores analizan el impacto de los diversos populismos que se sucedieron en dicho país.
Nuestra historia republicana ha sido una bastante frustrante. Basadre la resume en la frase final que escribe en su historia: A pesar de todos los esfuerzos, una inmensa tarea por hacer; a pesar de todas las realizaciones, una bella promesa aún no cumplida. Subsisten pues nudos complicados por resolver, por elegante que lo queramos decir.
—¿Cómo se recordará en el futuro la llegada al Bicentenario de 2021?
El primer centenario se celebró en Lima en el ambiente optimista de la Patria Nueva que insufló el presidente Augusto B. Leguía al oncenio. El bicentenario, en cambio, ha tenido un tono lamentablemente trágico, como consecuencia de los más de 200,000 peruanos muertos por el virus, diez veces más de los que murieron en la Guerra con Chile. Y el 28 de julio de 2021 asumió la presidencia un líder sindical de izquierda con un programa marxista leninista que aspira a refundar el país. No se vivía en 1921 una democracia plena, había abuso, abandono, y opositores deportados, pero se podía proclamar, al menos en la fachada, que el Perú era Firme y Feliz por la Unión. No así en 2021. El Perú hoy se encuentra enfrentado y desunido. Carece de firmeza y de felicidad.
El árbol
—Tras el resultado de las últimas elecciones usted advirtió del riesgo de poder estar encaminados hacia un “socialismo incierto”. Tras los episodios nocturnos de Breña, los trasiegos presidenciales por Whatsapp y los continuos nombramientos sospechosos, ¿sigue viendo la posibilidad de socialismo? ¿O se trata de la misma perversa, histórica y folclórica corrupción de siempre, solo que con sombrero?
Al inicio del gobierno, Apoyo realizó una encuesta entre los tomadores de decisiones de inversión en las empresas y 25% consideraba que el Ejecutivo tendría éxito en imponer a la mala su convocatoria a una Asamblea Constituyente refundacional, 10% estimaba posible que el gobierno pudiera centrar sus planteamientos y lograr conformar una administración tecnocrática, eficaz y sostenible. El 65% restante apostaba por un cuadro como el que se viene registrando hasta ahora: un gobierno confundido, improvisado, con muy escasos cuadros técnicos, a veces disparándose en los pies con acciones y medidas, casi con ánimo suicida. Repetimos la pregunta hace días y el resultado varió poco. Los que creen que la gestión seguirá trabada por la incompetencia aumentaron de 65% a 75%, pero aún el 15%, ya no el 25%, seguiría creyendo que todo lo actuado constituye una especie de función teatral para cubrir una manipulación secreta orientada a patear en algún momento el tablero de la normatividad existente. 15% es como una de seis balas, una ruleta rusa. Y basta revisar el Libro negro del comunismo para recordar que, en el mundo, las ideas marxistas leninistas provocaron la muerte de aproximadamente 100 millones: 65 millones en China, 20 millones en la Unión Soviética, 4 millones entre Corea del Norte y Camboya, un millón en Vietnam, otro tanto en Europa del Este y así. No es broma jugar a la ruleta rusa, menos en un país que sufrió años trágicos a partir de la insania asesina de Sendero Luminoso, grupo con cuyos seguidores algunos en el gobierno flirtean.
—A propósito del sombrero y de símbolos. Alberto Fujimori usufructuó y dilapidó el imaginario del oriental honesto. Alejandro Toledo dinamitó la figura del niño lustrabotas que llegó a presidente. Pedro Pablo Kuczynski enturbió la respetabilidad del tecnócrata adinerado. Y largo etcétera. ¿Qué está haciendo Pedro Castillo con la simbología que representa?
La reina de Inglaterra usa siempre sombrero llamativo para que la ubiquen rápido entre cualquier grupo de personas. Si su aprobación popular cayera aún más, el presidente Pedro Castillo podría pronto verse tentado ocasionalmente a dejar de usar su sombrero chotano para pasar desapercibido.
Cuando juró el cargo, el presidente incumplió el protocolo. No juró por la Constitución vigente, ni prometió que cumpliría y haría cumplir el marco normativo. Especificó que juraba por los campesinos, los pueblos indígenas, los ronderos, los niños, jóvenes y mujeres. No se refirió, así de específico, a los obreros, ni a los artesanos, ni a los adultos mayores. Como si hubiera asumido la presidencia para gobernar para unos, no necesariamente para todos.
En EE. UU., por ejemplo, no se permite una flexibilidad así. El juramento debe ser repetido casi palabra por palabra. Una de las dos veces en que Barack Obama juró, hubo una confusión y, para evitar malentendidos, volvió a hacerlo en privado, letra por letra.
Ahora bien, más allá de algunos excesos verbales ocasionales, el estilo personal del presidente Castillo suele ser poco confrontacional. Es silencioso, se toma su tiempo para decidir, es consciente de sus limitaciones. Aún no lo conocemos bien.
—¿Es posible – tiene sentido- planificar, prever y confiar en un país cuyos partidos políticos demuestran una inmadurez y estrechez de miras pasmosa? ¿Ese nudo tiene solución o hay que aprender a vivir con él?
Los partidos políticos están en crisis, no sólo en el Perú, sino en todo el mundo. Donald Trump, por ejemplo, se ha adueñado casi del partido Republicano, lo que no es poca cosa. ¿Qué requeriría un buen partido político en estos tiempos posmodernos? Lo esencial sigue siendo capturar la atención de al menos algunos cientos de jóvenes líderes de la clase media aspiracional, nuestro sector C. Pero una atención que no se limite a los períodos electorales, sino que se sostenga como un hábito por, al menos, una hora semanal. Para ello tendrían que imaginar y diseñar poderosas plataformas digitales que administren bien contenidos a partir de los cuales se pueda interrelacionar, formar, promover el diálogo, educar, organizar, y hasta entretener a esa juventud líder del futuro, más allá de los aspectos obvios de la organización y participación política. Y asumir que la competencia de sus respectivas plataformas no sólo serán las de los otros partidos políticos, sino también los contenidos de Instagram, Wikipedia, Coursera, hasta Netflix y El Comercio. Los formatos que actualmente usan me parecen inadecuados, no generan suficiente tráfico del público objetivo. Se limita a las funciones tradicionales de los partidos. La Web de Acción Popular, por ejemplo, no debiera limitarse sólo a videos históricos de Fernando Belaunde, que uno los visualiza una vez y ya. También podría, por ejemplo, aprovechar una de sus frases: La conquista del Perú por los peruanos, para promover un debate interno sobre cómo corregir la descentralización despelotada que hoy atrofia al Perú. Como van, los partidos no se muestran actualmente capaces de atraer o retener sino a los jóvenes mediocres, aquellos que están allí solo buscando chamba. Sus organizaciones son harto burocratizadas. Sus discursos, a veces abundantes y redundantes, convencen a pocos.
—Según última encuesta de Ipsos la percepción de retroceso del país es la más alta en los últimos 30 años. Al mismo tiempo, la curva descendiente de popularidad del presidente parecería haberse ralentizado. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción? ¿Es un tema emocional, psicoanalítico, el Congreso sigue siendo el punching ball designado?
Sobre las encuestas, hay que recordar que el uso del teléfono, un medio más barato, resulta más impreciso que las encuestas presenciales, especialmente en los sectores D y E, que son aquellos que ven al presidente con mejores ojos. Hay que ir evaluando la tendencia, mes a mes, pero considerando los posibles márgenes de error en el análisis. En el Congreso, de otro lado, que es una institución impopular en muchos países, parecen suponer que cualquier aumento en la desaprobación presidencial puede aprovecharse para cubrir o justificar algunos de sus propios excesos. No resulta necesariamente así. En un sistema político fluido, la caída en la aprobación presidencial suele contribuir a un aumento en la aprobación de la oposición. Pero no siempre. La carencia de vasos comunicantes entre estos niveles puede indicar que hay un riesgo grande de que todo termine desembocando en una anarquía caótica, en una demanda final por: ¡Que se vayan todos!
—Parte de las justificaciones a la división nacional se refugian con oportunismo en la dicotomía primaria: Lima versus provincias, ricos versus pobres, blancos versus marrones. ¿Cuál es la responsabilidad de las élites en un contexto como el que estamos viviendo?
Hoy coexisten varios Perú. Tradicionalmente se mencionaba la dicotomía existente entre el Perú oficial y el profundo. Pero ya hace varias décadas que surgió, ante un Estado tan poco eficaz, un Perú informal emprendedor y, a veces agazapado detrás de este, un Perú delictivo y mafioso. Y en lo que va de este siglo, gracias a años de buen crecimiento económico, se afirmó también un sector productivo y profesional moderno. También algunas instituciones oficiales se pusieron en forma. Así que tenemos hoy un Perú moderno, un Perú oficial moderno, un Perú oficial, un Perú informal, un Perú delictivo y, finalmente, un Perú profundo. Nuestras élites, si se les puede llamar así, ocupan compartimentos estancos, tal vez restringidas al Perú moderno y al oficial. Carecen de una vocación más integradora e inclusiva. Imaginémonos una prueba sudamericana, asumamos que, a grupos de líderes académicos, o de analistas políticos, o de empresarios, o de diplomáticos, les solicitáramos una opinión espontánea sobre el más reciente desempeño y los desafíos inmediatos que enfrenta la respectiva Corte Suprema de su país. Creo que los peruanos saldríamos mal parados en una prueba así. En el Perú contamos con 30 vocales supremos. Si El Comercio encargara un geniograma con algunas de sus fotos, salvo la de su presidenta, sería el más difícil de resolver en el año. Poco sabemos de lo que efectivamente vienen haciendo y es el Poder encargado de velar por nuestros derechos, por la aplicación de la justicia. De otro lado, si preguntáramos a esos vocales sobre los desafíos de, por ejemplo, la descentralización, posiblemente encontraríamos respuestas desilusionantes.
El futuro
—La diversidad y la fragmentación de lo que debería ser el “bien común” nos enfrenta y separa. ¿Cómo resolver un rompecabezas al que parece faltarle y sobrarle piezas al mismo tiempo?
Si pues, ¿cómo integrar lo disperso, excluir lo que sobra, y crear lo que falta? Y en circunstancias tan complejas como las actuales. Requerimos imaginar un futuro común, a 2030 digamos, al cual los diversos Perús converjan, y este proyecto debería ser uno suficientemente estimulante como para motivar a la acción. Si el gobierno no fuera capaz de plantearlo, lo debería postular la oposición, y si ella tampoco se mostrara capaz, instituciones de la sociedad civil debería tomar la iniciativa.
A veces imagino que el Acuerdo Nacional debiera tal vez transformarse en un Acuerdo Nacional 2.0, que no sólo sea un foro sino que también pudiera incluir algo como un Comité Ejecutivo de Crisis, de alto nivel, el cual pueda incluso recurrir al apoyo de especialistas externos en resolución de conflictos, para proponer acuerdos imaginativos e innovadores a los nudos más complicados de nuestra difícil y compleja agenda política.
Por ejemplo, Las Bambas. Apurímac es una región pobre con un territorio agreste y escarpado, alejado de la costa. Cuenta con un importante potencial minero. Si la región pudiera desarrollar adecuadamente tales recursos, Apurímac podría multiplicar su bienestar futuro. En caso contrario, estará condenada lamentablemente a seguir siendo una región atrasada. Y posiblemente para el desarrollo pleno del potencial existente se requeriría de un ferrocarril del corredor minero a Matarani. Pero estos conflictos y cómo desanudarlos requieren comités de crisis empoderados, capaces de convocar a los más experimentados en resolverlos. Porque las empresas y las inversiones externas requieren de un ambiente favorable y del respeto a las leyes y contratos. Y la población requiere de un mejor Estado y de menos populismo. Una burocracia disuasiva y entorpecedora, así como un sistema judicial corrupto, tampoco ayudan.
—Pero la confianza interpersonal de los peruanos es casi un entredicho costumbrista (“el peor enemigo de un peruano es otro peruano”, “al chotano ni la mano”, etc.). ¿Cuál es el antídoto a esta desconfianza genética?
En tal sentido, aún requerimos de una transformación cultural. Venimos de un mundo tradicional en que la confianza suele restringirse a familiares y amigos, que a veces es tímidamente extendida a los familiares y amigos de los familiares y amigos. Esto es excluyente e ineficaz. Los peruanos somos muy chamberos, pero también ejercemos a plenitud los antivalores de la envidia y del chisme. Jorge Yamamoto afirma que somos eximios en el arte del raje-macheteo a otros peruanos. Capos en meter cabe. ¿Cómo superar esto? Él recomienda una educación menos hipócrita y buscar darle a la envidia natural un sentido más progresista, uno más orientado a emular en vez de jalonear. También influye una cosmovisión usual de suma cero, suponer que los bienes son finitos, que cuando alguien gana, es porque necesariamente otros pierden. Y no es así, un balance de colaboración y competencia permite en el largo plazo un ganar-ganar.
—Desde el año 2001 vivimos épocas de prosperidad (crece el PBI, baja la inflación) que no hemos sabido aprovechar cabalmente para consolidarnos como república. Tenemos media docena de presidentes acusados de corrupción. ¿Es culpa de ellos o de nosotros, que los elegimos?
Los presidentes deben responder por sus actos impropios en procesos judiciales que sean oportunos y sin ensañamiento alguno. Los electores deben votar mejor informados y con mayor racionalidad y responsabilidad. Para que la república funcione mejor y prospere se requiere de importantes reformas políticas, así como de una institucionalidad que asegure un mayor respeto a tres tipos de derechos: los de propiedad, los políticos y los civiles. Los primeros para que propietarios e inversionistas se sientan protegidos de cualquier eventual expropiación. Los políticos, para asegurar a los grupos que ganan elecciones el que puedan asumir y ejercer el poder, siempre y cuando no vulneren los derechos de propiedad ni los derechos civiles. Y, estos últimos, para garantizar a la población, a toda ella, no sólo a los grupos dominantes, una igualdad ante la ley y un acceso sin discriminaciones a servicios públicos esenciales. Suena fácil en el papel, pero es una tarea harto compleja.
¿Qué se está jugando el país en la elecciones regionales y locales del 2022? Explíquelo por favor de manera que llegue a la vanidad cortoplacista de los que pretenden ser candidatos.
Bueno, con la segunda vuelta tan estrecha que tuvimos recientemente en la elección presidencial, los resultados del próximo octubre, aunque sea de elecciones subnacionales, van a repercutir con fuerza en la política nacional. El domingo 2 de octubre, el Perú elegirá 25 gobernadores regionales y 2,000 alcaldes, lo que es demasiado. Tendríamos una organización política más eficiente si algún día este número de gobernadores y alcaldes se pudiera reducir a la tercera parte. Tanto Bolivia como Ecuador tienen una mejor organización subnacional que el Perú. ¿Cómo han venido preparándose los partidos para enfrentar esta elección? ¿Irá Perú Libre a repetir su triunfo del 6 de junio de 2021? Los partidos de oposición, ¿en cuántas de las 25 regiones aspiran a ganar? ¿Qué alianzas han considerado? dónde? Si bien este año hay harto trabajo pendiente en temas como la fiscalización congresal y la mejora normativa, los partidos de oposición no pueden darse el lujo de calentar asientos en el Congreso y dejar exclusivamente en manos de grupos locales las candidaturas para las elecciones subnacionales. El próximo 3 de octubre, ¿de cuántos colores va a quedar pintado el mapa político del Perú? Resulta responsabilidad de los partidos políticos que, al menos, no sea de muchos. Faltan apenas nueve meses.
—La pandemia, la crisis, la crispación, opacaron toda posibilidad de una celebración digna del Bicentenario. ¿Debería repensarse ese hito histórico como plazo para saldar deudas sociales urgentes de aquí a diciembre de 2024, bicentenario de la Batalla de Ayacucho? (Siendo realistas, ¿cómo podríamos aspirar a llegar en el 2024?)
Tal vez habría que extender El Último Bastión con nuevos capítulos. 2022 también cuenta con una fecha especial: el próximo 20 de setiembre marca el bicentenario del primer Congreso Constituyente. Esta fecha podría ser tan o más relevante que el 28 de julio de 1821, que fue el día de una proclama, o el 9 de diciembre de 1824, que fue el día de una batalla.
¿Cómo podríamos aspirar a llegar en el 2024? Más tranquilos, esperemos! Con la pandemia convertida en una endemia tratable, con la infraestructura de salud parcialmente recompuesta, con las muchas clases perdidas recuperadas, con mayor claridad del gobierno respecto de la importancia de promover la inversión privada para la generación de empleo y el crecimiento; y de las maneras eficaces para atenuar la desigualdad. Con los partidos políticos mejor organizados y con mejores propuestas para hacer frente a las elecciones de 2026. Y ¿estrenando de nuevo un Senado? ¿por qué no?
—Usted ha reivindicado anteriormente el “optimismo realista”, acompañándolo de la metáfora de navegación en un océano tormentoso. ¿Cómo se come ese optimismo realista al cabo de dos años de pandemia, virus mutante, autoridades incompetentes y la clasificación al mundial colgando de un hilo?
Según el psicólogo Martín Seligman, el optimista es alguien que tiende a asumir que cualquier derrota constituye un revés temporal, cuyas causas son finalmente reversibles. No hay que negar ingenuamente la realidad, pero buscar las oportunidades en todas las experiencias, incluso las más complejas. ¿Es posible asumir que la pandemia se volverá endemia este año? Yo creo que sí. ¿Que el gabinete podría mejorar? También. Que Gareca pueda encontrar el camino que permita la clasificación al mundial de la selección? ¿Por qué no?
Si nos comparamos con hace 25 años, la esperanza de vida del peruano ha aumentado en 6 años, el ingreso per cápita ha aumentado 2.5 veces, y la mortalidad infantil ha caído en 2.5 veces. No debemos ver sólo lo negativo.
—¿Qué es lo mejor y lo peor que podría pasarnos en el 2022?
¿Que podría desear uno para el Perú este año? Me contentaría con que se logre elegir, al menos, a tres presidentes regionales honestos, capaces y chamberos; líderes jóvenes que puedan constituir la semilla de una renovada clase política.
¿Qué es lo peor que nos podría pasar? Los ratones de biblioteca pueden revisar la historia política de España durante los años treinta del siglo pasado para imaginarse algunos escenarios. Aunque en trances como los que vivimos, puede no servir de mucho dedicar demasiado tiempo a imaginar la respuesta a esta pregunta. El Perú es una barca frágil pero resiliente. Cruzando un mar tormentoso, lo que hay que hacer es elevar de vez en cuando la vista al horizonte, remar para adelante duro y parejo, y aferrarnos al principio esperanza.
Jaime Bedoya
Asesor Editorial elcomercio.pe
jaime.bedoya@comercio.com.pe
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