Perú es un país con 48 lenguas originarias, de las cuales ocho están en peligro de extinción. En Pucallpa, un grupo de lingüistas se ha propuesto mantenerlas vivas.
Delante de un mural celeste, donde se ha plasmado una visión cósmica de ayahuasca, Roberto Zariquiey, un lingüista que ha trabajado con 25 lenguas —desde recoger una lista léxica hasta escribir una gramática—, cuenta el momento exacto en que inició su vínculo espiritual con la Amazonía. En 1997, cuando todavía no cumplía la mayoría de edad, a su profesor de ética de la universidad se le ocurrió que un grupo de estudiantes debía visitar una comunidad shipiba. Era su primera experiencia con la selva y, además, su primer viaje en avión. Suele decir que desde esa vez supo que volvería. La planta se lo confirmaría tiempo después. En Pucallpa, la capital de Ucayali, Zariquiey encontró un padre en el maestro kakataibo Emilio Estrella, logró que el iskonawa pasara de cinco a 120 hablantes, y este abrasador jueves de octubre —como cualquier otro en la amazonía— ha consumado un proyecto que le rondaba en la cabeza hacía tiempo: instalar una estación científica para investigar y preservar las lenguas de esta parte del mundo.
Es mediodía en el distrito de Yarinacocha, en el barrio San José, y decenas de personas se han reunido en la sede de Chana para celebrar su inauguración. El nombre se lo debe a un paucarcillo local que imita el canto de otras aves y cuyos sesos eran comidos por los niños de las comunidades para ser más inteligentes. El terreno donde Chana está asentado también tiene una connotación especial: en este mismo terruño, hace una década, el pueblo de los iskonawa recibió clases para reaprender su lengua como parte de un proyecto liderado por Zariquiey. Varios de ellos están presentes esta tarde, como Nelita Rodríguez Campos, una sabia iskonawa, emblema de este proceso de revitalización: fue una de las pocas que sobrevivió al dejar el bosque y entrar en contacto con la ciudad.
El doctor Roberto Zariquiey Biondi.SEBASTIAN CASTAÑEDA
Si Zariquiey es el gestor, su esposa Mariana Poblete es la coordinadora de Chana, quien se encarga de la parte académica y logística. Poblete es la diversidad andante: madre venezolana, padre chileno; nació en Caracas y creció en Santiago y Viña del Mar, alumbró a su hijo en Boston y hoy está seducida por la Amazonía peruana, donde dice haberse reencontrado con las plantas de su infancia. En Chile, esta mujer de cabello ruloso como un árbol frondoso, había enfocado su quehacer profesional en las lenguas huarpe, consideradas dormidas por casi no tener hablantes. Chana representa un pico en esa progresión.
“En gran parte de Sudamérica muchas generaciones de nativos fueron estigmatizados, sufrieron racismo y exclusión, y prefirieron esconder su identidad indígena. Eso suponía abandonar su idioma y hablar solo el español que les aseguraba un trabajo en la ciudad. Así se cortó la transmisión de padres a hijos. Además del temor, se creía equivocadamente que hablar una lengua perjudicaba a la otra”, dice Mariana Poblete mientras amamanta a su bebé, un pequeño “tarzán” de diez meses que es conocido en la zona como Tamasari, en honor a una petición de un sabio iskonawa que rebautizó así a Roberto Zariquiey.
La estación científica Chana tiene dos pilares para mantener vivas a las lenguas originarias: las actividades lúdicas y la tecnología. En ese sentido, cuenta con un eye tracker, un dispositivo que observa los movimientos oculares para intentar comprender cómo una persona procesa cognitivamente el lenguaje y su idioma. “Una lengua que tiene palabras larguísimas, con muchos sufijos, se procesa distinto a una lengua con palabras pequeñas como el chino. Cada cual tiene sus particularidades gramaticales y, por lo tanto, sus particularidades psicológicas. Nos encontramos estudiando el sistema para combinar oraciones que tiene el shipibo, que es una lengua muy compleja”, cuenta Zariquiey. Tanto el iskonawa como el shipibo-konibo pertenecen a la familia lingüística Pano.
Investigadores lingüistas trabajan con el programa de seguimiento ocular en la estación Chana.SEBASTIAN CASTAÑEDA
Perú es una nación pluricultural con 48 lenguas originarias, de las cuales ocho están en peligro de extinción. La lengua taushiro, por ejemplo, cuenta con un solo hablante: un anciano de 74 años llamado Amadeo García que vive en Loreto. Chana es una antorcha en un contexto desolador. Una antorcha encendida por la persistencia de su equipo, pero cuyo fuego se sostiene por la alianza de tres instituciones: la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), el Instituto Max Planck y la Universidad de Zurich.
“Durante mucho tiempo en la psicología se hizo investigación con gente blanca de educación occidental en vez de tomar en cuenta a la diversidad. El 70% de los estudios se han hecho con quienes representan el 12% de la población mundial y eso no puede ser representativo. Con la lingüística ha sucedido lo mismo. No es correcto para la ciencia”, critica el neozelandés, Russell Gray, director de Max Planck para la Antropología Evolutiva, uno de los visitantes de este puntapié inicial, en San José de Yarinacocha. En esa misma línea, el suizo Balthasar Bickel, del Departamento de Ciencias Comparativas del Lenguaje de la Universidad de Zurich, señala que esta aventura por adentrarse en el vocabulario y sonido otras latitudes surgió de una vuelta de tuerca: “Nos dimos cuenta que debíamos apostar por entender todas las lenguas y no solo unas cuantas. Hemos pasado por estaciones científicas en Nepal, Canadá, Vietnam y saludamos que ahora exista una en Perú”. Por su parte, el peruano Aldo Panfichi, vicerrector de investigación de la PUCP, le augura vitalidad y proyección a Chana. “Tenemos que ser menos eurocentristas y trabajar más en nuestras raíces”, enfatiza en esta suma de voluntades.
La artesana del pueblo shipibo, Adelina Maldonado.SEBASTIAN CASTAÑEDA
Adelina Maldonado, elegida por Forbes como una de las peruanas más poderosas del 2023, cuenta que su tía, una chamana muy reconocida en la zona, le dijo hace muchos años que iba a conocer a “gente importante” y que habitarían su casa. La profecía se ha cumplido: Chana se ha levantado en un terreno que le pertenecía y que ella solía alquilar. Siente, de algún modo, que es una manera de contribuir con su pueblo shipibo-konibo. “Yo vivo orgullosa de mis ancestros y mis costumbres. Me emociona que se trabaje por nuestra lengua, porque es así que nos conectamos con la naturaleza y nuestro alrededor”, dice Maldonado. Su rostro y el de su tía, Olivia Arévalo, están pintados en el mural del salón principal de Chana.
La estación científica se prepara para acoger proyectos y construir conocimiento. Involucrar a las comunidades y lograr que surjan junto a Chana es el compromiso. El sol arde y sancocha en Pucallpa. La ropa se pega a la piel. Es hora de ir por un masato.
El mural que se encuentra en la estación científica.SEBASTIAN CASTAÑEDA
Periodista y escritor. Fundador de la revista digital ‘Sudor’.
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