2020 ha sido un año muy duro para la humanidad. Será, sin duda, un año de ingrata recordación para la mayoría de los pobladores del planeta por cuenta de los estragos que provocó el COVID-19. Más de 70 millones de contagiados, más de 1,6 millones de fallecidos y una grave afectación de la economía global, que provocó el cierre definitivo de millones de negocios en todo el mundo.
Desde que comenzó esta situación, que a todos nos tomó por sorpresa, he sostenido que más allá del riesgo inminente para la salud, esta crisis representa una oportunidad valiosa. De hecho, y me disculpas si tu experiencia ha sido distinta, tengo que decir que ha sido un buen año para mí. Nadie cercano ha fallecido por el coronavirus y mi trabajo me ha brindado grandes satisfacciones.
Recuerdo que en 1998, cuando decidí convertirme en emprendedor, la situación no era muy distinta, especialmente en el tema económico. En Colombia, por ejemplo, comenzaba una crisis que pegó muy fuerte, que acabó con muchas empresas y negocios. Cuando ya me había establecido en EE. UU., la crisis de 2008 provocada por la burbuja inmobiliaria también hizo mucho daño.
En cada una de esas situaciones recibí valiosas lecciones, viví experiencias inolvidables y también vi empresas, negocios y emprendedores que lograron sobreponerse a las dificultades y salieron fortalecidos de ellas. Y son los casos que, precisamente, me gusta compartir contigo para que no te desanimes, no pierdas la esperanza, no tires la toalla: si ellos lo hicieron, ¡tú también puedes!
En esta ocasión, te voy a contar del Grupo Bimbo, que a comienzos de diciembre celebró 75 años. Sus productos son icónicos y varias generaciones de latinoamericanos crecimos con ellos, eran los que consumíamos en el colegio como merienda y seguramente son los mismos que hoy forman parte del menú del desayuno y otras comidas. Y su historia es simplemente apasionante.
Bimbo, cuyo nombre original fue Panificación Bimbo S.A., surgió en un ambiente de crisis. Tres meses antes de que la empresa abriera sus puertas, había terminado la Segunda Guerra Mundial (el 2 de septiembre de 1945). Lo curioso es que el origen del negocio se dio un cuarto de siglo antes, en 1920, cuando el planeta se reponía del sufrimiento por la Primera Guerra Mundial.
En aquel año, Juan Servitje tomó la insólita decisión de independizarse del negocio de sus padres, una pastelería, e iniciar un negocio propio que llamó El Molino, en honor a una confitería que había conocido en Buenos Aires (Argentina). Durante más de dos décadas, el negocio familiar se abrió camino en un mercado incipiente en el que el consumo de pan todavía no era habitual.
A comienzos de la década de los 40, la empresa quedó en manos de Lorenzo y Roberto, los hijos, luego del fallecimiento de Juan. Con una mentalidad más abierta, los jóvenes decidieron que el negocio podía expandirse por todo el país (hasta entonces, solo había funcionado en Ciudad de México). Escudado en esa ilusión, abandonó los estudios de Contaduría y se dedicó al negocio.
Se asoció con su hermano Roberto, sus tíos José Mata y el ingeniero Alfonso Velasco, que había fundado la primera panificadora de México (y quebró), y sus amigos Jaime Jorba y Jaime Sendra. Si bien la sociedad surgió con grandes expectativas, no demoraron en encontrar dificultades que no eran fáciles de solucionar, en especial, en el aspecto económico: carecían de un sustento sólido.
Sin embargo, algo cambió el rumbo de la historia. Lorenzo contrajo matrimonio con Carmen Montull, una joven de la aristocracia mexicana, y de rebote Daniel Montull, el padre de esta, se convirtió en el socio capitalista. Les facilitó un millón de pesos de la época, una inmensa fortuna, que permitió que adquirieran un gran lote en la comuna (barrio) Santa María Insurgentes.
Superado el inconveniente económico, la sociedad pudo alzar vuelo. El 2 de diciembre de 1945, cuando aún se escuchaban los ecos de los cañones de guerra y el mundo comenzaba a levantarse de los estragos provocados, la empresa abrió sus puertas. Contaba con 34 trabajadores y ofrecía cuatro productos: pan blanco grande, pan blanco chico, pan tostado y pan negro.
“Alimentar un mundo mejor” es el propósito de Bimbo, la panificadora más grande del mundo, con presencia en 33 países de 4 continentes. Tras surgir en tiempos de crisis y de enfrentar no pocas dificultades, acaba de cumplir 75 años. Una historia inspiradora que nos deja 10 lecciones poderosas.
Dado que el pan no formaba parte de los hábitos de consumo de la mayoría de las personas, desde un comienzo Bimbo lanzó una agresiva campaña de difusión para que la ciudadanía conociera sus productos y, sobre todo, sus beneficios. Así, entonces, en los principales diarios de la ciudad publicó avisos invitando al consumo. Una genial muestra de marketing de contenidos y storytelling.
Una de las fortalezas de la marca, que le permitió entrar a cientos de hogares mexicanos, fue la mascota, un simpático y carismático oso. Fue creado por Ana Mata, esposa de José, uno de los socios. La imagen fue tomada de una tarjeta de navidad y adaptada a las necesidades: un gorrito, un delantal, un pan de caja bajo el brazo y una cirugía de nariz para que se viera más amigable.
Dado que el osito Bimbo fue muy bien acogido, Lorenzo creó un programa de radio, el medio de comunicación de la familia por excelencia en los años 50 y 60, llamado Revista Radiofónica Bimbo. Al ritmo de canciones como La bamba, el osito era el protagonista de historias y contaba cuáles eran los beneficios del consumo de pan y de los otros productos de la marca. Fue un gran éxito.
El comienzo no fue fácil, sin embargo, en especial porque el pan empacado en cajas de cartón parafinado no conservaba el producto, que perdía su frescura y al ser entregado a los clientes no tenía la mejor presentación. Después de ires y venires, descubrieron que la solución era utilizar papel celofán, que cambió la percepción del producto. De inmediato, mejoraron las ventas.
Al cumplir la primera década, en 1955, la empresa contaba con 700 trabajadores y 140 camiones de distribución. Así mismo, su portafolio de productos se había ampliado considerablemente para satisfacer los gustos y necesidades de los hogares mexicanos. El siguiente paso fue la expansión: Puebla, Guadalajara, Monterrey y Hermosillo, en ese orden, fueron los nuevos destinos de Bimbo.
Una dificultad surgió cuando Alberto Velasco, uno de los socios y el de mayor conocimiento de la industria, decidió abrir rancho aparte y reabrir la panificadora que alguna vez creó. Dado que él conocía todos los secretos de la empresa, la competencia fue feroz. Al final, sin embargo, el resultado no fue el que Velasco esperaba: ya los consumidores habían elegido a Bimbo como su favorita.
Con el paso de los años, Bimbo se convirtió, tal y como lo había soñado Lorenzo Servitje, en la panificadora más grande de México. Luego comenzó la expansión por Latinoamérica (comenzó por Guatemala) y no tardó en cruzar el Atlántico para afincarse en España y otros países europeos. También tiene presencia en África. Actualmente, tiene plantas propias en 33 países.
Las claves del éxito del negocio, según su fundador, son “el trabajo, la austeridad, la inversión continua en tecnología e innovación y asumir riegos con cálculo”. Así mismo, no perder de vista que el objetivo final de la empresa es cliente y, entonces, hay que enfocarse en brindarle el mejor servicio posible, proporcionarle el mejor producto posible y, además, ofrecerle nuevas opciones.
Bimbo, a través de la historia, se identificó por crear sentido de pertenencia entre sus clientes a través de los avisos de prensa y del programa de radio, en un comienzo, y de las historias. Por eso, sus productos se consumen en millones de hogares mexicanos como una tradición que se transmite de generación en generación. Y como si fuera un cuento de hadas, llegó a 75 años.
Además, en virtud del espíritu filantrópico de su fundador, Bimbo ha dejado una profunda huella en la sociedad mexicana a través del impulso de múltiples iniciativas educativas o de conservación del medioambiente, entre otras. Un propósito, con valores y principios conectados con la sociedad y los menos favorecidos, y la sensibilidad social han contribuido a fortalecer la marca con los años.
Estas son, a mi juicio, las poderosas lecciones que la historia de Bimbo nos deja a los emprendedores:
1.- Nunca hay un momento ideal y no importa si el mundo está en crisis: siempre hay una oportunidad
2.- El trabajo en equipo, la unión de experiencias, conocimientos y habilidades es, finalmente, lo que hace fuertes a las empresas, a los negocios exitosos
3.- Si quieres sobresalir, necesitas invertir. Si no cuentas con el dinero, hay muchas formas por las que puedes conseguirlo. La única opción que no sirve, en todo caso, es no invertir
4.- El poder del marketing de contenidos y el storytelling para llegar a más personas y difundir los beneficios de tu producto. Esa no es un tendencia nueva y siempre fue muy efectiva
5.- Los canales de distribución son claves para el éxito de tu negocio. Bimbo tuvo que implementar una inmensa y detallada logística para hacer llegar el producto a las casas de sus consumidores
6.- La innovación, es decir, el mejoramiento permanente de tu producto o servicio, es la base para hacer frente a la competencia, mantener tus clientes y obtener nuevos clientes
7.- El crecimiento es fruto de un proceso planificado y bien llevado a cabo, no producto de un arranque emocional o de un riesgo empresarial innecesario. El proceso de Bimbo fue ejemplar
8.- Siempre habrá competencia, siempre habrá buena y más competencia. Sin embargo, si las bases de tu negocio son sólidas y te ganaste el corazón del mercado, podrás salir airoso
9.- El propósito, unido a los valores y principios, son tan importantes como tu producto. Y no solo hay que hacer alarde de ellos, sino que debes confirmarlo con tus acciones
10.- La calidad, como elemento transversal de tu negocio, no se restringe al producto, sino que debe irrigar todas y cada una de tus acciones, de tus actividades. El mercado lo retribuirá
2020 ha sido un año muy duro para la humanidad. Será, sin duda, un año de ingrata recordación por los estragos que provocó el COVID-19. Sin embargo, en medio de este panorama desolador siempre hay ejemplos dignos de seguir, modelos dignos de imitar, casos de éxito como el de Bimbo que nos inspiran a quienes soñamos con crear un mundo mejor con nuestros emprendimientos.
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