• El ex presidente de la República, Francisco Sagasti, acaba de proponer el adelanto de las elecciones generales vía la presentación de una iniciativa ciudadana al Congreso acompañada de 75 mil 600 firmas para modificar la Constitución en dos legislaturas ordinarias más un referéndum.
Firmar o no firmar, he ahí el dilema.
Es perentorio resolver esta disyuntiva que tiene en vilo a nuestra endeble democracia. Adelantar las elecciones puede ser una consecuencia de una renuncia presidencial, pero ya hemos escuchado al presidente decir en todos los idiomas que no está dispuesto a dar ese paso.
Por otro lado, en el Congreso tenemos un segundo proceso de vacancia en curso y en la Agenda del Día al menos dos mociones de censura a ministros. Este enfrentamiento de los principales poderes del Estado dificulta la gobernabilidad y abre un camino de confrontación abierta, que probablemente se resuelva en la calle.
Firmar es un acto que requiere decisión y valentía. Y de acuerdo con la historia, compromete, muchas veces, la vida.
Le pasó al presidente Augusto B. Leguía, el 29 de mayo de 1909, cuando una turba armada al mando de Carlos de Piérola —hermano del califa Nicolás—, y sus hijos Isaías y Amadeo, irrumpió en Palacio de Gobierno.
En el asalto al poder mataron a miembros de la guardia —entre ellos al soldado Choquehuanca, del que existe un busto en Palacio— y sacaron a empellones al inquilino de turno, el presidente Leguía.
En medio del desconcierto, conminaron al presidente a firmar su rendición y ceder el poder. Pero el presidente se negó.
Lo trasladaron entonces a la calle, lo condujeron por un tramo del Jirón de la Unión para conducirlo luego a la Plaza de la Inquisición. Al pie del monumento al libertador Bolívar lo volvieron a presionar exigiendo su capitulación.
— ¡No firmo! — exclamó Leguía.
Finalmente, llegó la guardia montada, y tras liquidar a varios de los insurrectos, liberó al presidente quien terminó con los pelos alborotados y manchados de sangre, pero ileso.
Leguía volvió por las mismas calles por donde lo sacaron. Y donde hace unos momentos lo vituperaron, esta vez lo aplaudieron y vitorearon.
El régimen convirtió este pasaje de negación y firmeza en el “Día del Carácter”, que se celebraba cada 29 de mayo.
Firmar es un acto de autenticidad. Una señal única de voluntad. Una declaración expresa de consentimiento.
Obtener 76 mil firmas para adelantar las elecciones no es un problema. El problema es aprobar la propuesta en el Congreso.
La frase: “Que se vayan todos”, no tiene eco en el parlamento. Aceptémoslo: los congresistas no se quieren ir.
Pero volvamos a la historia.
Superada la conspiración golpista contra Leguía, el tiempo pasó. Vino el Gobierno de José Pardo y luego volvió Leguía para quedarse en el oncenio con varias intentonas golpistas de por medio.
Hasta que, finalmente, uno de sus acérrimos rivales, Nicolás de Piérola, murió.
Leguía fue al velorio. Carlos de Piérola, el insurrecto de antaño, le alcanzó el libro de condolencias para que lo firmara.
Dicen que Augusto Bernardino sonrió socarronamente, sacó su pluma y dijo:
— Esta vez, sí firmo. *
* Alzamora, Carlos. Leguía. La historia oculta. Titanium editores. Lima, Perú. Julio, 2013.
Luis Alberto Chávez Risco
Periodista UNMSM
politikha.blogspot.com
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