Qué fácil es opinar estando adentro Prochazka

Cuando los pillos de poca monta caen en las grandes ligas

Como todo peruano que vive en el extranjero, allá afuera recibo mi sobredosis de comentarios que desprecian las opiniones sociales o políticas acerca del Perú que vertemos los migrados. Dar contra a esta tendencia narcicista es ocioso e inútil, pero aprovecharé mi mes de visita al terruño –transcurrido entre las localidades de Barranco, Tupicocha, Canchacalla, Villa El Salvador, Maras, Miraflores, Urubamba, Huayoccari y Surquillo– para acceder a la supuesta dificultad o facilidad de opinar desde adentro.

No voté en estas elecciones. Sí dije que era preferible un conjunto de mafias pequeñas y desorganizadas a una grande y ya experta. Medio año más tarde no siento que me haya equivocado en ese juicio, pero vale actualizarlo y afinarlo.

El Perú está siendo gobernado como una UGEL, una Unidad de Gestión Educativa Local. Una mal gestionada y corrupta, desde luego. También podría tratarse de una Red de Salud con malos manejos, o del esquema de mañoserías municipales típicamente instaladas en una provincia chica o en un distrito grande. Sucede que tal es la escala donde las “pequeñas” experiencias de corrupción –oferta de puestos de trabajo a cambio de favores sexuales, venta de CAS, colusiones y nepotismos, contratitos amañados, intercambio de favores– pueden pasar desapercibidas por los distintos mecanismos de fiscalización. Contraloría queda demasiado lejos; la radio local es cooptada y el único periodista que levanta la voz solitaria es amenazado o silenciado a la mala.

Como se ha relatado muchas veces, durante las vacas flacas de los 90 el MEF hizo un vasto esfuerzo regulatorio para hacer difícil el gasto; la poquísima inversión se dirigía a levantar el PBI, o nada. Cuando nos fue mejor en la recaudación, obligado además por un modelo descentralizador populista, el MEF optó por deshacerse de gran parte de la responsabilidad del gasto directo, asignándolo a regiones malamente capacitadas para gastar e invertir con eficacia. Naturalmente, trató de exportar hacia abajo los estrictos candados del presupuesto nacional, en la forma de partidas protegidas y restricciones y plazos de movimiento de fondos entre ellas: pero esta ferocidad top-down nunca llegó muy abajo en la pirámide; se agotó en las gerencias regionales. El resultado es que robar dinero público –o beneficiarse en lo privado de su circulación– siempre ha sido más sencillo en las instancias más bajas de la jerarquía, donde la fiscalización de gasto público apenas existe.

Lo notorio es que en las UGEL o municipalidades del interior estos manejos “desapercibidos” por la flacura fiscalizadora central NO son vistas como corrupción, ni por la población en general ni por los protagonistas. Como colectividad (y como individuos que acceden a los cargos), han crecido bajo la égida de un sistema de turnosque, a mi entender, hunde raíces en nuestra distribución ancestral del poder, basada en rondas de encargaturas, padrinazgos temporales, etc.: pero ese es otro tema.

Se ha escrito mucho acerca de cómo la debilidad de nuestro sistema de partidos hizo que la contienda política a escala local sea poco más que un tira y afloja entre banderías dedicadas al hurto menor y, más recientemente, entre intereses de lavado de dinero ilegal. Pero el éxito de un emprendimiento incita a su expansión: en ese paraíso emprendedor que es el Perú, las mafias locales crecieron a regionales pero allí (en Ancash, por ejemplo) empezaron a ser más visibles para el control, a rozar con el MEF, Contraloría, fiscalías anticorrupción, etc. Los Dinámicos del Centro es apenas el más conocido entre varios de estos grupos a los que les ajusta el saco regional: sus torpezas no funcionan a esta escala, los conducen a la cárcel.

Pero ahora se han sacado la extraña lotería que aquí llamamos “elecciones generales”, y han aprovechado esta oportunidad impensada y súbita para huir hacia arriba: para apoderarse de la ejecución sectorial –ya que no parecen poder tomar directamente el MEF– e intentar establecer un cleptoestado. Por ahora nos salva, como es evidente, su completa ineptitud para la tarea, su escaso entendimiento de la escala. Ministros que piden 15.600 soles de sueldo para su asistente de despacho –con la idea de sacudirlo bocaabajo– y se sorprenden de que su propia oficina de presupuesto no lo permita; viceministros que, como hacían hace un año en el sótano de la UGEL, piden un almuercito a cambio de firmar una conformidad. Bruno Pacheco y el “arracimado” Condori son jugadores de este pobre nivel. Sin embargo, este berenjenal está afianzando un gran número de pistas y operandi modi diferentes, a escalas e intensidades aún más diversas, algunas mucho más peligrosas. Porque está convocando al dinero grande: el MTC vuelve al mercado y el Congreso se ha alineado con el proyecto (vamos, ya era suyo: las universidades bamba no son sólo una estafa educativa, son las necesarias herramientas de lavado que los cárteles extrañan). Entre el cleptoestado y el narcoestado resta sólo una membrana delgada, porosa, y pegada con la babita de la prensa independiente.

Un final sombrío. No hay, en el millón doscientos ochenta y cinco mil doscientos quince kilómetros cuadrados de la superficie del Perú, actores o agentes capaces de cambiar esta espiral descendente, no digamos ya de alterar positivamente el rumbo de nuestra colectividad sociopolítica. El horizonte temporal en el que existen nuevos agentes locales capaces de lograr esos efectos positivos es siempre “la próxima generación”, que desde luego está siendo educada por esta, y por la web. Esto no significa que el Perú no tenga solución: pero ahora sospecho que tendrá que venir del subsuelo, del espacio, o de afuera. De adentro, me temo que ya no.

Enrique Prochazka
es narrador, experto en políticas públicas, inventor y montañista. Estudió Filosofía y Antropología en la PUCP y Arquitectura en la URP. Ha sido Secretario de Planificación Estratégica del Ministerio de Educación, Secretario General de MININTER y miembro del Consejo Superior del Deporte. En Hispanoamérica es considerado un escritor de culto. Vive en Estocolmo.