Los murales de Alaín Sanchez en Barranco

¿Qué historias podemos encontrar cuando salimos a la calle?
→ Es el 17 de octubre del 2020 y todos usan mascarillas, guardan distancia social y hay un ambiente de incertidumbre. Cuando salgo a la calle con mi mascarilla me encuentro con un hombre apoyado sobre una escalera, pasando un pincel con color amarillo sobre una pared de una casona antigua. Se llama Alaín Sánchez y está haciendo murales en el cruce de Buenaventura Aguirre con Enrique Barrón, en el distrito de Barranco. La primavera recién empieza a incrementarse, la naturaleza florece y este pintor embellece la cuadra con un mural. 

El miércoles 21 y alrededor de las 3:30 pm vuelvo a ponerme la mascarilla. Mis ojos ven a Alaín sentando en la escalera para pintar sobre un muro de unos tres metros, aproximadamente. Sánchez me dice que ese alguien más, sentado sobre un banquillo, que está en la cuadra opuesta, es quien organiza esta iniciativa plástica. Juan Manuel Samamé, con una mascarilla negra y adornada de letras que dicen “Yo ? Barranco” cubriendo su boca, me dice que su proyecto de plasmar murales por el distrito de Barranco son para ofrecer una narrativa visual que conecta diferentes sectores del distrito según la historia y la cultura representada en los personajes de dichos murales, además de servir como una ruta turística alternativa. 

En la misma pared hay dos murales, uno acabado, de Napoleón Salvatierra, músico criollo barranquino que interpretó el vals Barranco del autor Amador Rivera. La figura de Napoleón tiene la mano derecha apoyada en la mejilla, con una sonrisa, el pelo negro, muchos volúmenes de pintura para caracterizar el ancho cuello. Al fondo de su retrato, se ilustró el puente de los suspiros, lugar histórico del distrito. Bajo la imagen de Napoleón Salvatierra hay un pergamino dibujado donde unas letras de canciones se desplegaron: “Tengo que morir cantando, ya que llorando nací, porque todas las penas del mundo no son para mí”. Napoleón sin tilde en el trazo de su nombre. La simetría de las imágenes no permitiría dicho arreglo tal cual, el pintor, Alaín tiene que continuar. Además. tiene otro compromiso con Juan Manuel para el lunes, pintar el mercado de Balta, otra parte del distrito. 

Juan Manuel tiene una librería en Enrique Barrón 296. Vende libros baratos, vinilos, incluso ofreció clases de inglés por diez soles a los niños en su tienda. Unos cinco o seis niños se aparecieron para divertirse con sus palabras “amateur”. La profesora era amiga de él, al igual que Alaín. Gonzalo Torres, periodista reconocido en Lima por su programa A la vuelta de la esquina, le compró un libro, quiso hacer un programa sobre su tienda Barranco vintage, pero llegó la pandemia y se lo impidió, a pesar de que Gonzalo continúo con un programa titulado, A la vuelta de la cuarentena. Apoyado sobre un carro negro, cruzando los brazos, con ojos irritados, canas espirales de su pelo crespo, Juan Manuel me cuenta que a partir del 2019 realizó muchas ferias con libros, organizó festivales, eventos de música, todo parecía ir en viento en popa, además de la aparición de Torres y el programa, pero no fue así. 

Para Alaín, vestido de un bividí amarillo, lentes de sol amarillos, un short de moda militar, delgado y musculoso dice que el arte es su modo de encontrar algo fuera de la política. Sus imágenes representan un mundo fuera de las clases sociales, el nivel socioeconómico, la etnia o el género. La pintura es disfrute, y el disfruta como ciudadano pintando, viendo colores, perfeccionando técnicas de pintura. Pintar es crear y hacer, y también es motivación, energía y placer. Pero para Juan Manuel es lo opuesto, él cree en una política cultural. Es decir, él cree que la ciudadanía no se consigue sólo con las satisfacciones que uno puede tener con el dinero, el empleo o el trabajo. La ciudadanía se alcanza cuando hay un vínculo cultural con la zona en la que vives. Junta las manos como si estuviese haciendo una plegaria mientras critica los constantes graffitis “sin sentido” que se pintarrajean en la casa barranquina de Manuel Gonzales Prada, o por qué hay, fuera de lugar, un mural de arte Shipibo al costado de la casa de José María Euguren, gran poeta barranquino. Recalca que debemos saber más sobre nosotros mismos, sobre nuestros barrios, sobre nuestros distritos.

Juan Manuel tiene la idea de crear, ahora, en el siglo XXI, el “dulce típico barranquino” hecho de moras y pacae, especialmente la mora, que aún crece en abundancia en el distrito, y que florece en meses como octubre, el actual. Entonces, tres personas más que lo conocen, con los brazos cruzados y de mascarillas blancas lo saludan, le hacen bromas, se ríen un rato, comentan. En torno nuestro, las voces se mezclan con el rugido de las sierras eléctricas, la perforación del concreto, los martillos contra los fierros de la construcción en de un edificio en la esquina diagonal a los retratos. 

Al rato siguiente, una mujer de aspecto voluptuoso, se acerca con confianza a Alaín. Se escuchan palabras intrigantes sobre un conocido de ellos que se le reventó la vesícula. La mujer, sin mascarilla, es obsequiada con un chocolate que Alaín custodia, sobre la tierra del jardín residencial, infertil y utilizado para la defecación de los perros, más allá de las eses están los rodillos, las brochas, las pinturas, los pinceles de Alaín. Cuando le pregunto “¿cuándo empezaste a pintar?” abre y cierra su mano derecha manchada sobre la cabeza, como tratando de captar algo, y dice que no recuerda cuando. Pero pinta rápido. Ya está creando el segundo mural: La costa verde y un balcón donde el personaje de Mirtha Patiño protagoniza la imagen. Patiño, en 1975, tuvo un programa de televisión que la catapultó a la fama llamado Villa juguete, la alegría de ser niño. Salvatierra y Patiño fueron barranquinos. Juan Manuel ha tenido una familia barranquina desde sus abuelos. Alaín también es barranquino. Y como dice Juan Manuel, mientras la construcción del edificio de la otra esquina se eleva poco a poco, la nueva generación de barranquinos tiene que adaptarse a la cultura del distrito. Algunos interesados por los murales, como un señor francés le pregunta a Juan Manuel sobre el mural de Salvatierra, y Juan le da nombres de canciones, historias breves sobre el cantante. Y la siguiente vez que fui a ver el final del mural apareció el señor francés con su perro.

Las cuatro esquinas de la bocacalle, excepto la del edificio, están manchadas de orina de perro. Manchas oscuras de figuras amorfas sobre las que ha tenido que pintar, desde abajo del muro, Alaín. El día 21 de octubre, cuando le pregunté al pintor que opinaba si descubría que un perro orinaba sobre su mural, no se imaginó esa situación y dio como respuesta “deben ser perro callejeros”, y al preguntarle a Manuel lo mismo, me contesta que eso es posible porque los limeños no tienen moderación en como manejar a sus mascotas, entonces me cuenta que una señora con su perro hizo orinar al perro en la puerta de la casa donde están pintando el mural. Al cabo de unos minutos se cumple la profecía, un perro orinó a esquinas del mural. La tapia, con agujeros, irregularidades e imperfecciones ha quedado embellecida por las pinturas. A la cuadra de la izquierda, la casa más cercana está pintarrajeada de graffitis. Samamé está en contra de los graffitis, pero Alaín, rubrica su posición diciendo que tiene la “técnica” de poder hacerlos. 

A las 4:50, aproximadamente, aparece el sobrino de Napoleón Salvatierra, Rodolfo Salvatierra con una barba puntillosa debajo de la mascarilla, toma una foto del mural con su celular y me habla brevemente sobre su tío. “Cariñoso, juguetón. Todo Barranco conoce la alegría de él, todo Barranco, todo vecino sabe la clase de persona que fue, el compañero que fue también para sus compañeros artistas… Finalmente, agrega que el abuelo de Napoleón era de Trujillo.

Es el último día, sábado 24 de octubre. En envases de plástico de yougurt, vasos de polietileno, botellas de  gaseosas, ahí el pintor mezcla sus pinturas. Vestido igual que la otra vez, con lentes amarillos de sol, remolina el pincel sobre la pintura para obtener gamas de colores. Camina hacia su obra, y entonces un hombre de tercera edad se acerca. Se llama Luis Oré y fue segunda guitarra en el grupo Los Fanning, grupo representando y pintando para el tercer mural que Alaín está haciendo y terminando. Me cuenta que en su juventud tuvo el oído para aprender la guitarra sin lecciones. El grupo musical nació del barrio en que vivió, y el grupo buscaba divertirse, conocer chicas, hacer conciertos breves matinales en los antiguos cines de Lima. Lograron editar un disco con tres temas propios y otros temas que la disquera les propuso. Un adulador que se mete a la conversación le hace la broma/halago de compararlo con Paul Mccartney. A pesar de los años, antes de la pandemia, los integrantes del grupo musical que debutó a mediados de los 60´s, siguen encontrándose, a los 72 años de edad, en el bar barranquino Juanitos a beber unas cervezas. Ahora con la pandemia han perdido el contacto. 

Alaín sabe cómo empezar un mural, pero no sabe cómo va terminarlo. Según su juicio, primero le tiene que gustar a él, y luego, por enlace, a los demás. Así, cada cierto tiempo, un mirón se aproxima al mural y se detiene en los nuevos colores, las nuevas formas que aparecen ante los ojos. Manuel apoya la mano derecha sobre la tapia al límite de la pintura que Alaín esparce y pregunta “chato, ¿cómo vas?”. Sigue con la misma mascarilla “Yo ? Barranco” sobre la boca. Dice “te cuento, chato, que la publicación (en facebook del mural) de Mirtha Patiño tiene nueve mil visitas y más”. Al frente un grupo de personas se reúne para almorzar y conversar parados sobre la vereda y me acerco a ellos. Rodolfo Sánchez, uno de los reunidos para almorzar al aire libre, me cuenta que conoció a Los Fanning y que recuerda a Mirtha Patiño. Me relata, también, que vivió en el mismo barrio de estos personajes, pero que ahora vive en otro lugar. Al cabo de unos minutos, cuando Rodolfo y compañía se van,  vuelvo a mirar en la vereda donde conversé con él y noto la basura de los envases de tecnopor de la comida tirada bajo un árbol de la calle. 

“¿Cómo conseguiste el permiso para hacer los murales Juan Manuel?”, pregunto. Me contesta que el dueño de la casa donde se hacen los murales fue amigo de Salvatierra y le concedió el permiso para hacer el mural del cantante más los demás. Alaín ha gastado dos galones de pintura blanca para hacer las mezclas de color, se está quedando sin pintura pero falta poco para terminar. Parado, con las piernas formando un triángulo sobre la escalera va terminando con su obra. Entonces, a diferencia de la primera vez que le pregunté sobre cuándo empezó a pintar me contesta que pinta desde los 12 años. Me cuenta, también que a lo igual que Juan Manuel, tenía una tienda de antigüedades, y esa similitud los hizo relacionarse, conociéndose poco a poco. 

Los murales representan una idea, según Alaín. Representar un pasado cultural, publicitar su genio artístico, dar a conocer personajes importantes de Barranco, etc. Pero lo que Alaín también resalta de su trabajo es que no tiene ningún jefe. Nadie le dice que ha llegado tarde al trabajo, pero no por eso no deja de cumplir con lo que se le encarga. A diferencia del primer pintor que contrató Juan Manuel, con quien tuvo conflictos a la hora de iniciar en los murales de su tienda y en la calle Jaén 165. Manuel me explica que hay mucho clasismo en el tema cultural: “yo soy de aquí, tú eres de allá. Yo soy de este colegio, tú eres de otro. Yo tengo una maestría de esta universidad, tú tienes otro título”.

Llega entonces Jorge Salvatierra, quien al hablar conmigo, Alaín y Manuel, nos compra sodas a todos. Se dedica a hablar con Juan, mientras su novia dobla la pierna izquierda constantemente por cierto tipo de nervios. Jorge le pide a a Alaín que pinte también, en el mural de Napoleón, por ser conocido por ese nombre, “El rey de la jarana”. La pintada de las letras interfiere el espacio colorido del retrato, y con ese esfuerzo se rompe un poco la simetría que había tenido con la imagen, sólo unos cuantos centímetros que invaden las letras sobre el color. Entonces se prepara para el toque final. Alaín figura un pergamino, matiza de capas de pintura azul y blanca rápidamente, y pinta unas maravillosas palabras: “Artista. Alaín Sánchez”. Entonces llegan tres jóvenes para ver el mural, Jorge y su novia lo ven, Juan Manuel también, yo; aparece una cuarta persona para ver, y luego alguien más aparecerá. 

26 de octubre del 2020.

Leonardo Rafael Bolaños Acevedo
Estudiante de periodismo de la UARM | Interesado en el ensayo, crónica, reportaje, entrevista, empresas periodísticas y el periodismo cultural.