Para más de 2.000 millones de personas es una cuestión de fe. Casi la tercera parte de la humanidad no necesita pruebas de que hace 2.000 años caminó sobre la Tierra un hombre llamado Yeshua, Jesús en otras lenguas, conocido por sus seguidores como Cristo, el Mesías. Sin embargo, fuera del coto privado de las creencias, lo que se extiende es un vasto territorio para la investigación, que sí debe desenterrar las pruebas históricas y científicas para dar respuesta a una duda razonable: ¿realmente existió Jesús de Nazaret? ¿O es una tradición construida sobre una leyenda, como las de Robin Hood o el rey Arturo?
Las referencias escritas más antiguas sobre Jesús datan de después de su muerte: aparece por primera vez en las cartas de San Pablo, redactadas entre 20 y 30 años después de la crucifixión. San Pablo nunca conoció a Jesús, aunque según cuenta a OpenMind el especialista en estudios del Nuevo Testamento Simon Gathercole, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), “conoció a los discípulos de Jesús y también a sus hermanos” (en referencia sobre todo a Santiago el Justo, cuyo parentesco con Jesús es motivo de discrepancia entre distintos cultos cristianos).
Un par de décadas más tarde se escribieron los Evangelios del Nuevo Testamento, que se narran como si se basaran en testimonios de primera mano. Y pese a ello, muy poco de ellos puede considerarse rigurosamente histórico, a juicio de los expertos. En concreto, solo el bautismo de Jesús por Juan el Bautista y su crucifixión son los dos episodios generalmente aceptados, y no por todos: “La crucifixión es segura, pero el bautismo es difícil de probar o ubicar“, señala a OpenMind el arqueólogo e investigador bíblico Eric Meyers, profesor emérito de estudios judaicos de la Universidad de Duke (EEUU).
Sin embargo, para el arqueólogo e historiador de las religiones y del judaísmo Byron McCane, de la Universidad Atlántica de Florida (EEUU), tanto el bautismo como la crucifixión son historias que los primeros cristianos difícilmente habrían inventado, ya que ninguna de las dos “apoyaría sus intereses de ningún modo”, dice a OpenMind. “El bautismo muestra a Jesús como un discípulo de (y por tanto inferior a) Juan el Bautista, y la crucifixión era un castigo humillante reservado a los delincuentes”.
AMPLIO CONSENSO ENTRE ACADÉMICOS
Pero las referencias antiguas a Jesús no solo se encuentran en los autores cristianos, un argumento que avala la historicidad del personaje: “Se le menciona también en textos antiguos judíos y romanos”, apunta McCane. Así, en torno al año 93, el historiador fariseo Flavio Josefo dejó en su obra Antigüedades judías al menos una referencia indiscutible al “hermano de Jesús que se llamó Cristo”. Dos décadas después también escribieron sobre Jesús los romanos Plinio y Tácito; este último detalló que el fundador de la secta de los cristianos fue ejecutado durante el mandato del emperador Tiberio, gobernando Poncio Pilato en Judea.
En definitiva, la abundancia de textos históricos convierte la existencia real de Jesús en lo que McCane define como un “amplio y profundo consenso entre los académicos”, con independencia de sus creencias religiosas. “No conozco ni he oído a ningún historiador o arqueólogo formado que dude de su existencia”, añade. Con toda esta carga de pruebas, para Meyers “quienes niegan la existencia de Jesús son como los negacionistas del cambio climático”.
Y todo ello a pesar de que los restos físicos son virtualmente inexistentes. “No hay pruebas arqueológicas directas de Jesús; las pruebas no textuales comienzan alrededor del año 200”, dice Gathercole. Dejando aparte la arqueología referente a episodios de la vida de Jesús cuya veracidad se cuestiona, la crucifixión se ha relacionado con diversos artefactos. Abundan los presuntos fragmentos de la cruz dispersos por las iglesias de Europa; tantos que, según escribió en 1543 el teólogo protestante Juan Calvino, con todos ellos podría llenarse un barco. Algo similar ocurre con los clavos: se han contabilizado hasta 30.
EL ANÁLISIS DE LA SÁBANA SANTA
En cuanto a la Sábana Santa de Turín, el sudario del que se decía que envolvió el cuerpo de Jesús, se reveló como una falsificación medieval. Según McCane, no corresponde ni a una tela del siglo I —ese tipo de tejido se inventó siglos después—, ni a un hombre del siglo I —su estatura y fisonomía no concuerdan con la Galilea de entonces—, ni a un enterramiento del siglo I —los judíos de la época no envolvían a sus muertos con una sola pieza—.
Precisamente la Sábana Santa ha sido también objeto de examen de una de las últimas técnicas incorporadas a la investigación histórica de Jesús: el análisis de ADN. En 2015, un estudio descubrió que el lienzo contiene material genético de múltiples personas de distintos orígenes étnicos, desde Europa occidental hasta Oriente Próximo, Arabia e India.
Naturalmente, para un análisis de ADN no existen restos óseos que puedan asignarse directamente a Jesús, lo que sería incompatible con la creencia cristiana en su resurrección. Según la tradición, la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén alberga el lugar de enterramiento, descubierto y preservado por el emperador Constantino en el siglo IV. Aunque es imposible determinar si aquella fue la verdadera tumba de Jesús, un estudio publicado el pasado junio ha datado la construcción en el siglo IV, corroborando los datos históricos.
Sin embargo y como relatan el genetista de la Universidad de Oxford (Reino Unido) George Busby y el experto bíblico Joe Basile en su documental The Jesus Strand: A Search for DNA (2017), algunos investigadores han indagado en la posibilidad de relacionar el ADN de dos fuentes: por un lado, el presunto osario de Santiago, el “hermano” de Jesús; por otro, los fragmentos óseos hallados bajo las ruinas de una iglesia en una isla búlgara del mar Negro, y que podrían corresponder a Juan el Bautista. Si Juan y Jesús eran parientes, el análisis comparativo de ambos restos podría acercarnos a los mismísimos genes de Cristo.
Tal vez este objetivo sea inalcanzable: por el momento, el ADN extraído de los restos atribuidos a Juan el Bautista correspondía en realidad a una contaminación moderna. Pero al menos, y según explica Busby a OpenMind, el análisis de ADN permitiría “comparar poblaciones de la época y después comparar esas poblaciones (no individuos) con las poblaciones presentes hoy”. Lo cual ayudaría a concretar orígenes geográficos, aunque quizá no aporte nada para remachar la ya afianzada historicidad de Jesús; según Meyers, “la vida de Jesús en la antigua Palestina fue noble y cambió el mundo para bien”. Y eso, añade, es “difícil, si no imposible de negar”.
» Javier Yanes @yanes68
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